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Foto del escritorDiego Plaza Casanova

La Vaca, víctima de la ganadería industrial y agente indispensable para la biodiversidad

Actualizado: 9 ene 2020

La necesidad de unir la lucha climática con la protección de la biodiversidad gana cada vez más adeptos. En este contexto, si bien la ganadería industrial ha sido tradicionalmente cuestionada por su contribución al calentamiento global, hoy en día se suma la idea de que las vacas, animales gregarios, complejos y víctimas arquetípicas de esta superestructura productiva, son también indispensables para la biodiversidad y preservación de otras especies.



En la actualidad, el sector ganadero es responsable del 18% de las emisiones de gases de efecto invernadero en el mundo -cifra similar a la generada por los vehículos de combustible-, según hacían presente algunos días atrás medio centenar de científicos durante la Conferencia de la ONU sobre el Clima en Madrid. Dichos expertos, liderados por la doctora Helen Harwatt, científica medioambiental de la Facultad de Derecho de Harvard, propusieron que los países con ingresos medios y altos acordaran un “techo” de producción ganadera, indispensable para albergar “una posibilidad” de cumplir la meta del Acuerdo de París de limitar el calentamiento a + 1,5 ºC.


Sin embargo, puntualiza Harwatt, el problema no es tanto el ganado, sino cómo este se “produce” en los países ricos, donde domina la ganadería intensiva o las denominadas CAFOs (Concentrated animal feeding operation u operaciones concentradas de alimentación animal).


En este contexto, la producción de carne de vacuno es considerada por algunos expertos como la menos eficiente para alimentar a la humanidad, por una diversidad de razones, entre ellas, el enorme gasto de recursos naturales. Así, se calcula que se necesitan unos 15.000 litros de agua para producir un kilo de carne de vacuno, frente a los 2.500 litros de agua que son necesarios para producir un kilo de arroz. Por otro lado, se requiere de una gran cantidad de tierra para producir suficiente grano para alimentar al ganado, lo cual no solo conlleva más gastos de recursos naturales sino que también causa el temido efecto de la deforestación (¿incendios en el Amazonas?). No olvidemos que el 40% de los alimentos que se cultivan en el planeta se emplean en la alimentación animal, algo que probablemente irá en aumento en los próximos años.


En este sentido, y refiriéndose a la producción de vacuno de Estados Unidos, One Green Planet comenta que el ganado es criado con pasto, pero llega un momento en el que es enviado a una granja de engorde para que puedan alcanzar el peso ideal para la comercialización. Durante dicho proceso, el ganado es alimentado principalmente de grano (90%) -además de maíz, soja, alfalfa, y otros-, y también se les administran hormonas y antibióticos para que el engorde se produzca de forma más rápida. Dichas prácticas suelen tener diversas consecuencias adversas tanto en el medioambiente como en el bienestar animal, el cual ya es espurio en el contexto de la producción cárnica.


Si bien hasta hace algunos años atrás la producción de carne se encontraba integrada con la producción de cultivos, de manera "equilibrada", dicha industria ha experimentado una transformación en la que predomina un pequeño número de CAFOs de gran tamaño, situación que se verifica en diversos países del mundo, y que encuentra su punto más álgido en Norteamérica.


La mayoría de los problemas causados ​​por las CAFOs se deben a su tamaño excesivo y a las condiciones de hacinamiento: contienen al menos 1,000 animales grandes como vacas, o decenas de miles de animales más pequeños como pollos, e incluso algunas de éstas son mucho más grandes, con decenas de miles de vacas o cerdos y cientos de miles de pollos. Dichos establecimientos producen alrededor del 65% del estiércol de las operaciones animales de los EE.UU. -alrededor de 300 millones de toneladas por año-, lo cual es más del doble de la cantidad generada por toda la población humana de aquel país. La gestión de dichos residuos ha causado graves problemas ambientales en más de una ocasión, sin embargo, dichas externalidades son usualmente enfrentadas por los gobiernos con dineros provenientes de los contribuyentes.


Las CAFOs imponen varios costos ocultos a la sociedad. Dichas "externalidades" dicen relación con la contaminación del agua y el aire ocasionados por defectos en los planes de manejo del estiércol (junto con su limpieza y la prevención), los costos a cargo de las comunidades rurales (p. Ej., valores de propiedad más bajos) y los costos asociados con el uso excesivo de antibióticos (p. Ej. bacterias resistentes a los antibióticos, enfermedades humanas más difíciles de tratar). Además, algunos países han desarrollado políticas que han tendido a subsidiar pagos a los productores de grano, generando precios poco realistas para los insumos de las CAFOs, situándolas en una posición ventajosa frente a los medianos y pequeños productores.


Dicho modelo productivo no solo es responsable de aquellos impactos, sino que también constituye una superestructura económica y cultural causante de gran sufrimiento a seres sintientes e inteligentes como lo son los bovinos -además de cerdos, aves y otros-. En ellas, estos animales viven en tales condiciones de aglomeración que en algunos casos les impide siquiera voltear (como es el caso de las jaulas de gestación de cerdos), y pasan sus vidas sometidos a estrés y altas posibilidades de contagio de enfermedades. En razón de esto, los animales deben ser medicados de forma continua -o “preventiva”- causando un impacto importante en la salud de los animales objeto de estos procesos y en los animales -humanos y no humanos- que consumen estos productos.


Por fortuna, estas formas de organización industrial no representan la única forma de “garantizar la disponibilidad de alimentos a precios razonables”. Estudios recientes realizados por el Departamento de Agricultura de EE.UU. Muestran que casi el 40% de las operaciones de alimentación de animales de tamaño mediano son tan rentables como la CAFOs, en la producción porcina, y muchos otros estudios han proporcionado resultados similares con respecto a otras alternativas, como los graneros de aro o “hoop barns”, y las operaciones de pastoreo “inteligentes” tales como el pastoreo rotativo intensivo.


Dichas alternativas no solo son eficientes, sino también amigables con el medioambiente (en teoría), por cuanto el pastoreo permite una mejor captación y absorción del amoniaco y estiércol de los animales, con una menor tasa de liberación en la atmósfera y contaminación de suelo y subsuelo, en relación al tratamiento de las deposiciones de animales alimentados con grano. Además, estas alternativas confieren a los animales una mayor libertad ambulatoria y algunas posibilidades de socialización bajo condiciones menos estresantes, lo cual supone el respeto de una cierta dignidad que es alevosamente violada en la producción industrial intensiva de gran escala, especialmente en las operaciones concentradas de alimentación animal.


Sin embargo, estas alternativas a las CAFO se encuentran en desventaja competitiva no solo por la existencia de ciertos subsidios que favorecen a las grandes compañías -como ocurre en el caso de USA-, sino también porque estos gigantes de la industria utilizan economías de escala para disminuir sus costos y se benefician muchas veces de contratos de exclusividad con productores de carne industriales que requieren de un flujo constante de animales para su faena, en aras de mantener una alta y constante producción y así maximizar la relación entre costos y ganancias. De esta manera, y muchas veces ante la falta de regulación del mercado, estos gigantes excluyen a medianos y pequeños productores, condenando a cientos de miles de animales a incluso peores condiciones de vida a las que ya, per se, estan destinados.



Hoy en día, cada vez más productores apuestan por la ganadería ecológica, un mercado que crece a pasos agigantados gracias a la demanda de consumidores que consideran que el método de producción es más respetuoso con los animales y ofrece alimentos con mejores cualidades organolépticas. Sin embargo, algunos advierten de que se trata de un sistema ineficiente que no podría abastecer a la creciente población del planeta, y en lo que respecta a la liberación de gases de efecto invernadero, es similar a la provocada por la ganadería industrial. Para muchos, estos hechos constituyen motivos suficientes para reducir el consumo de carne como la mejor opción para ayudar a frenar tanto el cambio climático como el genocidio interespecie al cual hemos sometido a seres que culturalmente hemos considerados "inferiores".


Lamentablemente, las proyecciones actuales indican que el consumo de carne a nivel mundial se duplicará en los próximos 20 años. Si bien esto puede ser una buena noticia para los hábitos culturales de millones de personas, enfrentar esa demanda presionará el avance de la frontera agrícola-ganadera a zonas de mayor vulnerabilidad ambiental, lo cual pude incrementar los niveles de deforestación, la degradación de los suelos, la pérdida de biodiversidad y la disminución del recurso hídrico, si no se toman medidas para evitarlo. En este sentido, es necesario tomar acciones decididas para que el crecimiento del sector se lleve a cabo de modo ambientalmente sostenible y que contribuya, al mismo tiempo, a la mitigación del cambio climático, de la pobreza y a la mejora de la salud humana.


Así, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), cerca del 70 % de las áreas de pastoreo de América Latina y el Caribe se encuentran en proceso de degradación en diverso grado. Las regiones más susceptibles a la ampliación de la frontera agrícola ganadera corresponden a ecosistemas de la Amazonía en Brasil, el chaco americano en Argentina, Paraguay y Bolivia, y las zonas áridas y semi-áridas de Argentina y Chile. Por ello, algunos abogan por una mayor inversión pública y privada para investigación y desarrollo tecnológico, por armonizar las políticas agropecuarias y ambientales, y por buscar mecanismos viables para el pago por servicios ambientales a ganaderos que implementen sistemas productivos amigables con el ambiente, todo ello, siempre dentro de un discurso de conciliación entre la legitimación de la explotación animal y el "desarrollo sustentable".


Las vacas -víctimas arquetípicas de estas superestructuras productivas-, son animales encantadores, curiosos, y tan inteligentes como los perros o los pulpos, pudiendo reconocer hasta 90 individuos diferentes, tener mejores y peores amigo/as, e incurrir en situaciones de ‘bullying’ por culpa del celo, lo cual constituye un indicio importante de la verificación de comportamientos culturales complejos. Además, son excelentes madres, dedicándose al cuidado de sus crías con total entrega. En libertad, estos animales pueden llegar a vivir entre los 25 y 30 años de edad.


Pero no solo eso. Las las vacas también constituyen un agente importante en la biodiversidad de las praderas -cuando no están confinadas en instalaciones industriales-. Así, expertos han apuntado a la necesidad ecológica una cierta cantidad de ganado para ayudar a conservar los prados, los que forman un ecosistema muy importante en términos de riqueza de especies. En este sentido, dichos rumiantes permiten que toda la vida microbiana y fúngica de la superficie del suelo se reproduzca, según corrobora el biólogo francés George Oxley, especializado en los ecosistemas de los suelos. “El problema es cuando criamos la vaca en campos de concentración dándole proteínas para comer. Como no sabe digerirlas, esto puede hacer que emita hasta 2,5 veces más de metano”, prosigue.


Hoy en día, las Vacas "lecheras" son inseminadas artificialmente (eufemismo para violadas) 60 a 90 dias despues de cada parto, con el objetivo de que sigan produciendo leche hasta los 4 o 5 años de edad. Cumplida esa edad, exhaustas y con sus cuerpos desechos, son usualmente sometidas a procesos de engorde artificial, para posteriormente ser sistemáticamente ejecutadas para el consumo humano. Las crías son inmediatamente separadas de sus madres, lo cual es causa de gran sufrimiento emocional para ambos.


Respecto a las terneras, estas son privadas de su leche materna (la cual es destinada para consumo humano), y en ocasiones son sometidas a dietas bajas en hierro con el objeto de producir la apetecida "carne blanca", retorcidamente considerada por muchos como una delicatessen culinaria. Éstas son ejecutadas entre el primer y el segundo año de vida. Los terneros machos, por su parte, son vendidos para, principalmente, ser convertidos en carne de ternera siendo aún bebés.


Según estadísticas de las Naciones Unidas, más de 300.000.000 de vacas fueron ejectuadas el año 2016 para consumo humano.


Los animales de granja son uno de los grupos de animales menos protegidos en todo el mundo, y generalmente los estatutos que protegen a los animales frente a ciertos actos de crueldad contienen exenciones con respecto a las prácticas crueles habituales que tienen lugar en esta industria, tales como la castración sin anestesia, el descuerne y el desmochado, entre otros. A mayor abundamiento, las leyes de la mayoría de los Estados del mundo regulan la cría, transporte y faena de estos animales, legitimando culturalmente el discurso de explotación que es reproducido por gran parte de los integrantes de nuestras sociedades, en distintos niveles, lo cual se erige como el principal obstáculo para la modificación de hábitos que generan un daño irreparable al medioambiente, y a la dignidad y vida de miles de millones de animales no humanos.

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